Traspaso puertas, entro en un hermético lugar. En su interior veo que el norte, sur, este y oeste de este espacio cerrado lo forman gruesos muros de sólidos cimientos con vocación de ciudad. Ahí dentro se escucha la vida buscando el azul, ves monótonas nubes que como palabras en el aire completan un crucigrama de miradas. El tiempo entre estas paredes es silencio sin espejos, detenido e inmóvil, sombras sin luz. Arde el tiempo ahí dentro, sus cenizas son figuraciones del tiempo, tiempo, tiempo…La soledad a su compás cose fulgores y gritos de un infinito parto.
Ciudad sin salida, laberinto de celdas y recintos con cerrojos de sueño. No hay sendas, solo pasillos de penumbras y palabras gastadas. Ciudad habitada: hombres, manos, miradas y voces desnudas sin distancia. En esta urbe cerrada, plana y sin centro, el hombre ambulante no avanza un paso, quemando siempre tiempo, coleccionando segundos, horas, días, días y días. El hombre es tiempo, palpitación oscilante, ritmos de angustias y alegrías; pero el péndulo denudado huye de sí mismo reinventándose en ficción: drama, comedia y tragedia.
Habitar esta ciudad te hace actor de oscuras historias o negras circunstancias. Dichas, comentadas y confesadas en el escenario de las desdichas se tornan comunes. El hombre es sociedad, las palabras compartidas en esta isla aislada son abismo de esperanzas y las voces calladas, privadas y secretas, dentro de esta cueva sin eco, se amalgaman en lentas perlas de intimidad.
Al ser invitado por el Centro de Educación de Adultos de Teruel a celebrar el día del libro en la prisión de la ciudad para que ilustrara un poema con una acuarela en directo, sugerí la lectura de poetas que, por distintas circunstancias, también estuvieron presos. Totalmente arropado por el ámbito de afecto de los penados me entregué a dar forma y color a un poema de Juan Gelman:
LINGÜÍSTICA
¿El grito no tiene sintaxis?
¿El yacimiento que lo saca tampoco?
¿Y la tarde de otoño enfrente?
¿Y las rodillas que
duelen con esta tarde encima?
No poeticen la poesía bruscos,
no paisajeen músicas
hechas para otra cosa.
El sonido confirma ex canciones, llena
espacios de padre y madre con
pluralidades, números.
¿Adónde se fue la justicia
más pálida que muerta?
¿Quién expulsó al poema del poema?
Los dolidos se callan en las vocales débiles.
Al norte, al sur, al este,
al oeste de la semántica hay piedras
que nadie puede levantar,
hijos, cortejos de hijos
intervenidos por la furia caída
en su tazón de leche.
Si su lectura compromete la mejor dicción, llevarlo a una imagen remueve todos los sentidos. Al leerlo se ve con claridad que existen tres palabras en el poema que actúan como ejes cartesianos: grito, vocales y piedras. Vocales atragantadas como piedras provocan el amargo grito. Estas tres palabras me resolvieron la acuarela en directo. Una enorme garganta de espanto ejerce más protagonismo que la boca con sonido inaudible. Un cuello atravesado por esa piedra de rabia imposible de tragar, refleja el aullido silencioso en el papel; el verdadero sonido que recorre el poema destruye la poesía indiferente, es borrada y denunciada por este poeta DIFERENTE.
Abrió las puertas a la lectura de poetas en la cárcel Fray Luis de León y como amigos sin tiempo, unidos por la palabra, traspasaron ese umbral: César Vallejo, José Hierro, Juan Gelman, Wole Soyinka y Miguel Hernández. También se leyeron poemas de Quevedo y Federico García Lorca.
Al pensar en poetas en la cárcel irremediablemente irrumpe en la memoria Miguel Hernández. El diario poético de su periodo carcelario «Cancionero y romancero de ausencias» canta las más grandes carencias de todo preso: las ausencias de la familia, amigos y la ausencia de libertad. Sus poemas son espejo de dolor. Su actividad vital representa lo más digno de todo ser humano: el amor a la libertad.
La mañana de lectura fue fructífera. Más de veinte poemas recitados por unos presos totalmente entregados a la poesía. Sorprendente, soberbia y cautivadora la interpretación de Constantino «El jale», su voz flamenca dio vida e hizo vibrar nuevamente en nuestras mentes a Miguel Hernández y Federico García Lorca. Su expresivo cante, sin acompañamiento alguno, recorrió todo el espacio, los gruesos muros con vocación de ciudad, sin duda, fueron atravesados por su emotivo grito de libertad.
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