De todos los géneros pictóricos, el bodegón, es el que más mala reputación tiene. Las naturalezas muertas o bodegones llevan asociado a su ejecutor la condición de pintor de escaso valor, arrastran el tinte despectivo de «pintor de bodegones». La preocupación plástica por los aspectos superficiales y textura de la piel de los objetos que nos rodean, parece que carece de interés para quienes se perciben de un ámbito cultural más alto. Pero ¿por qué diferenciar la piel del hombre, de un animal, de un objeto o de un paisaje? ¿Qué escala de valores los diferencia? ¿No son todos naturaleza? Sólo la naturaleza proporciona motivos de contemplación. Pensar es una manera de sentir. Toda sensación es como una piedra lanzada en un estanque; su impacto perdura en forma de ondas. Nuestra memoria en sus diferentes registros almacena esas ondas. La vida consiste en el intricado tejido formado por esas ondas. Pensar es volver a sentir las ondas que se han sentido. Plenitud: colores, aromas, piel, texturas…ondas. ¿Por qué no pueden ser de unos pucheros?
Aunque es una temática que no he frecuentado, me declaro devoto de algunas naturalezas muertas imprescindibles para entender el arte como pueden ser la «La lechera» de Vermeer y, sin distinción, cualquier obra de Giorgio Morandi entre otros.
«La lechera» (1658-1660) de Johannes Vermeer de Delf inspiró un bellísimo poema a la Premio Nobel Wislawa Szymborska incluido en su libro «Aquí»:
VERMEER
Mientras esa mujer del Rijksmuseum
con esa calma y concentración pintadas
siga vertiendo día tras día
leche de la jarra al cuenco
no merecerá el Mundo
el fin del mundo.
Un artista que dedica toda su vida a pintar los mismos e interminables botes, botellas, cajas y pucheros humanizándolos, es más que digno de admirar. El poeta Juan Lamillar en su libro «Las lecciones del tiempo» le dedica una composición de ocho poemas de los cuales escribo el primero:
GIORGIO MORANDI
Estos son los objetos. Miradlos. Son sencillos:
un embudo, una taza, las cajas, las botellas.
También están la luz, la quietud de las sombras.
Y con ellos dibujo una frontera
entre el tiempo y la nada, entre lo inmóvil
y la vida que surge de lo inmóvil.
Con un gesto de mago los colores de nuevo,
cambio su espacio, cambian
sus sólidas aristas,
el brillo de sus lentas superficies,
y el mismo cuadro es otro, y me interroga.
Otras obras también permanecen fijas en la memoria: «El buey desollado» de Rembrandt, «El pez dorado» de Paul Klee, «Los girasoles» de Van Gogh, «Lirio negro» de Georgia O´Keeffe o «La cámara de escucha» con la enigmática manzana entre paredes de René Magritte.
Un bodegón manchado y encajado en otros tiempos permanecía en un rincón del taller cuando recibí una visita de un amigo, el escritor Antonio Losantos Salvador, que con su habitual curiosidad merodeó su mirada por el taller y le intrigó el esbozo incipiente de ese bodegón. Le expliqué que el óleo llevaba manchado muchísimo tiempo y que estaba esperando su incierto turno de acabado. Volvió a visitarme al cabo de unos días y me sorprendió con un inmenso regalo, un poema al cuadro inacabado:
AL BODEGÓN INACABADO DE PASCUAL BERNIZ
Se extienden sobre la tela
las ideas que nutren
el fuego de las musas.
Míralas cómo crecen
con el color apenas
de lo que no es más que sueño,
anhelo de existencia.
Y van tomando forma,
acariciando
la remota realidad,
como el lucero anuncia
la llegada del alba
antes de que un tumulto de luz
irrumpa por los extremos
del lienzo de la mañana.
Las ideas despacio
hierven en los pinceles,
van haciendo formas
que evocan los objetos,
los sabores, la plenitud
firme y amorosa
de las cucharas.
Fíjate bien, observa
qué vapor ha crecido
sobre el apunte mínimo
de las viandas voraces.
Escucha el crepitar del óleo,
la marmita furiosa
y el desparpajo de las hortalizas.
Prepara ya tus dientes,
tensa las mandíbulas
del antiguo carnívoro que fuiste,
pues el cuadro está a punto
de devorar el hambre
golosa que hay en ti
y despejar los jugos
secretos de la gula…
Qué lástima que el genio
dejara en este punto
suspendida su obra
y sintieras de pronto
el cósmico vacío
de un estómago traicionado
y un borroso, reprimido placer.
El poema engrandece el lienzo, inconcluso de tal forma, que lo obliga a permanecer en estado de esbozo eternamente y hermanado a este selecto puñado de palabras.
El poema esta fechado en Teruel, 2 de noviembre de 2006.
Debo decir que estoy de acuerdo con el autor. Creo que el cuadro tal y como esta es precioso,así eternamente inacabado esperando siempre
Pero realmente el poema lo engranecesario más aun si cabe.
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