Bajo este título de «Palabras y sus sombras» inicio un diario de pensamientos, ideas y reflexiones con ilustraciones para hacerlo más ameno.
Cuando valoramos solo en la vida lo material es cuando más nos podemos semejar al concepto de agujero negro: acaparamos y coleccionamos posesiones y en contrapartida no ofrecemos nada, no emitimos ninguna partícula de afecto, de entrega; la materia poseída desfigura, anula y descompone el amor.
La verdadera riqueza del hombre no consiste en llegar a ser dueño y señor de la naturaleza ni tampoco en poseer cualquier habilidad. La riqueza más importante consiste en que el hombre puede vislumbrar lo que es, su esencia, la esencia misma de las cosas, no su utilidad sino la unidad de lo que es.
Un escondido dolor, remoto en el tiempo y con sensación de ausencia, tiene la capacidad de generar un espacio, una burbuja aislante en donde el ego se engrandece falsamente en sus límites e ignorar completamente el extrarradio de sus límites. El sentido de la vida se anula en el interior del cerco.
Aunque parezca extraño podemos escuchar el silencio. Solo el ruido lo impide.
Qué extraño y a la vez difícil es convivir con un sonido emitido durante eternas y largas horas entre la queja y la respiración. Surge de, por el momento, noventa y seis años de dolor sin duelo. Un sonido que no es un grito mas bien un gemido suave pero constante. Esa insistencia en el tiempo lo transforma en algo tan perdurable en el oído como en la retina el grito de Edvard Munch.
¿Por qué se niega al silencio? ¿Qué enmascara ese sonido? ¿ Qué oculta? Si las palabras ya son desvíos del silencio, ese quejido es su costra; impide con la rugosa frecuencia de su sonsonete intuir el silencio. ¿Cómo acercarse a uno mismo si no se rompe la costra? Ponerse en acuerdo con uno mismo, hacer sonar el acorde de la armonía interior es el trabajo más hermoso.
Compartir en