Esta experiencia vivida y real está escrita por mi hija Clara Martinez Mallén. Las ilustraciones de este relato que dan líneas, formas y color, solo intentan, por mi parte, acercarse a sus palabras.
Noches de redes
Desencajadas eran las respiraciones que andaban las paredes y se proyectaban en el techo. Noche de redes. Redes de noche.
Zaquizami. Cuando los insectos hablan escondidos en el armario descomponen los panegíricos en que me creo ágil en el oxígeno. El piano me relaja a la vez que me tensa los silencios en que trago el sabor amargo de las anfetas. Crematorio de espinas y candiles.
Trabajo en las habitaciones de enfermos. Sumerjo mis manos en sus vientres de pasajes sin vuelta. Masturbo sus tumores formando parte de ellos y les lamo sus sexos de horizonte. La habitación es la noche, es cardióloga de luz en lo oscuro.
Velo las despedidas y me encargo de acariciar pieles vividas que germinan el nomadismo de la materia para descansar en una franja de espacio atemporal e informe. Regreso al manto que acuna lo no nacido.
Zaquizami. La música de fondo la protagoniza los goteros de sabuco. La melodía acompaña el insomnio y mis perdidas. Camino el túnel y vuelvo luego a la ciudad que absorbe las pócimas del cierre y la evasión del foco auténtico.
Trabajo en el cuarto de hemorragias.
La relación con la cuna azul de la habitación es la que me reparte las redes de la noche. Cuna de los adentros y cuna del espacio inexplorado. Cuna de galopes vivos y cuna del olvido.
En la cuna soy sonámbula. Anuladas las facultades perceptivas, respiro puertas que abarcan los fluidos de lunas y mares de no materias. Floto sin peso en las sedas negras.
Espectros de oxigeno, mascarillas donde residen los consuelos rotos. Enfermedad y gamas de sogas. Los colibríes me visitan mientras mezo los trastornos en el sillón azul.
Transmutación de sauces dormitando los reveses de tejidos y colágenos de barbaries. No hay.
Los ojos de Israel rasgaron la piel del eje en mi composición. Rasgaron todo de mí. Todo. Secreto inquebrantable pregonado a los cuatros vientos y que toda entidad conoce y oculta su clave. Cuna ignota que, la cubierta de nuestra especie, prefiere tapar con sábanas el cuerpo y la forma de aquello que destroza, cualquier escondite porque no existe el pasaje que camufle el empirismo de fantasear el tabú y que, en su juego, haga desaparecer lo inamovible de su estado superior e incontrolable por nuestras manos. Y menos aún por nuestras manos agarradas a las tetas que alimentan el estómago del sostenernos aquí, en mitad del firmamento del cual lo desconocemos todo y, no nos importa ignorar su genética mientras continuemos alabando los Narcisos en nuestras carnes. Manos que se aferran a lo inexplicable y que desesperan cuando ya nada evita el soltarse de ésto cuando las ánforas de animal se vacían para nunca más volver a llenarse. Debajo de la alfombra aguarda entre marañas de polvo la conciencia de flotar en franja que oscila entre lo nacido y lo acabado, lo vivo y lo muerto.
Me retorcí dentro del cuarto 221. El pulmón de Israel me presentó el abrazo de la muerte, compás que oscila en ritmo sublime, exacto, sin rodeos y firme en su llegada sigilosa de retiro. Mis dos extremidades más altas, las que actúan como articulaciones de remo, fueron testigo palpable del tacto de la muerte, en ellas desaparecieron lo que en un día lejano del atrás, apareció por obra y arte del azar. El templo de Israel armonizó en clave de sol el pentagrama de las notas del silencio con la delicadeza de la ternura más sublime que jamás he respirado. Su torax y continente alado bailaron la suave brisa que compuso en su canto al regreso. Inspiraciones profundas entre largas estancias en la quietud. Inspiración y quietud.
Él a solas. Yo al otro lado de la orilla meciendo su fuente quieta.
Solo él con su voz a pelo, sin acompañantes ni instrumentos recitó la partitura que nada necesita. Fue aflojando el pulso y el sonido del tambor de tierra auténtica hasta soltarse del suelo.
Pasamos juntos unas pocas noches antes de acoger ambos sus pasos de ocaso. Porque él es quien se fue pero, sin duda alguna, se llevó consigo porciones de mis adentros. Algo en mi, que no tiene nombre, se prolongó en los intramuros de sus huesos y con ello, atravesamos el umbral sin retorno.
Israel. Todo él sin decoraciones ni escenarios transmutó en mí el lugar de la verdadera academia por la que transitamos en la mayor parte sin apenas darnos cuenta de sus olas. Demasiado ruido gestamos pagando el precio de conocer el asombro, cuando ya la tarde de otoño nos sorprende viejos, y sin posibilidad alguna de corregir nuestro trote sin dirección. Barbarie del ruido fermentado por orden del temor sin saber el boxeo de sus consecuencias.
En tres asaltos quedamos fuera.
Israel. Sus ojos, su mirada, sus timbales de sangre. Bálsamo kafkiano que incendió lluvia y mis desiertos regeneraron selvas.
Sabio, maestro y chaman del gran Secreto. Conocí la ternura voraz de la muerte a palo seco en la escuela divina que me regalaste. Muerte sin rodeos y sin distancias. Muerte.
Muerte que da vida. Vida que da muerte.
Clara Martínez Mallén
Hola amigo:
Hace mucho que no nos vemos, pero sigo sobreviviendo; ahora, por razones de trabajo en Zaragoza.
De tus pinturas ¡qué decir! me siguen asombrando todos los días que veo un trabajo tuyo. Sigo visitando galerías en Zaragoza. El otro día asistí a una en la que se exponían algunas grabados, acuarelas y óleos de Beulas, en la Galería A del Arte. En fin, las acuarelas, me gustan más las tuyas, no es adulación gratuita.
A lo que voy. El texto de Clara es sorprendente. Me parece, como profesor de Literatura te lo expreso, que su uso de léxico es iluminador. Un torrente con fuerte poder de connotación. Espacio y tiempo son simbólicos; pero, el contexto asume un papel operativo ligado estrechamente a la acción, El plano del muchacho prolonga la Esperanza necesaria para revivir todos los momentos en su posible regreso de la otra orilla. Hay reminiscencias de autores clásicos españoles e hispanoamericanos. Detrás de cada tensión de su escritura permanece una sentencia y una duda; un uso de contraluz, de fuentes luminosas y focos interiores, que gradúan la intensidad de su dolor.
Este texto es una razón para leer y sentir. Desearía que le participases de mi sincera enhorabuena.
Francisco MARTÍN MARTÍN.
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