Tras llegar al número capicua 1001 de variaciones diferentes de los bozales del cava, sin cortar ni añadir nada en ellos, pensaba haber llegado a un final. No ha sido así, continua la búsqueda jugando con el frágil alambre uniendo, ahora, dos, tres, cuatro o más bozales al encuentro siempre azaroso de nuevas estructuras. ¡Mil ciento once por el momento! La cifra 1111 posee una atracción repetitiva.
La diversidad de la forma es inagotable. Los bozales hermanados sugieren nuevas geometrías en el espacio. La simetría, el equilibrio y la proporción se imponen.
El dócil alambre y su lineal grosor traza con su movimiento sugerencias a la imaginación. El azar se impone. No dejo de recordar un poema breve de Emily Dickinson siempre que mis manos sostienen los humildes (por tratarse de basura) bozales:
No sabiendo cuándo el alba llegará,
abro todas las puertas,
o tiene plumas, como un pájaro,
o como la costa, olas.
Al azar surgen formas reconocibles como ese posible ciempiés de la portada, pero no busco imágenes definidas, mas bien la acción de plegar, desplegar, doblar y unir marcan su propio dominio espacial y la armonía y el contrapeso de los elementos dan con su significado.
Estas mini-esculturas, por llamar de alguna manera este material rescatado de los desechos, pueden recordar a un punto en movimiento que genera líneas en el espacio: formas, arabescos y garabatos. Líneas que al levantar el vuelo dibujan con su traza el aire.
Estas fruslerías nacieron como un juego y se han transformado en JUEGO con mayúsculas y en reto. Colaboran mis amigos en el acopio de material y me reconforta saber que este desecho, y el cava que represa, genera alegría en sus celebraciones. Con estos bozales en mis manos procuro al manipularlos mantener el carácter de fiesta que representan. Por el momento el fruto de este juego de fruslerías ha llegado a esta sucesión de unos que componen el número 1111.
Estos son los mejores alambres para sustituir a las peligrosas concertinas.
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