Soy monegrino. Mis ojos han paseado por estas tierras desde lo más alto de la comarca, la ermita de San Caprasio a 834 m en La Sierra Alcubierre, hasta la cota más baja situada a 180 m en el curso del río Alcanadre a su paso por Sariñena y en su confluencia con el río Cinca en Ballobar.
Tierras áridas y secas que bañan de luz la mirada. Tozales, salinetas y ripas constituyen los ejes de esta comarca y dan forma a un paisaje interrumpido por cerros, pedestales, barrancos y cárcavas, volúmenes moldeados por el viento y el agua.
Los Monegros se localizan en el centro de la depresión del Ebro. La sierra de Alcubierre es una alineación de más de 60 km de longitud que divide en dos a Los Monegros. Al norte la depresión de Sariñena y al sur, las suaves colinas, llanuras y barrancos que terminan en las lagunas de Peñalba y Bujaraloz. Estas lagunas en su estado vacío muestran su piel blanca de salitre cuarteado, cristales de tierra, geometría del secano.
Ante estos horizontes monegrinos, esa línea continua de sol y noche constante cabe preguntarse: ¿Cómo expresarlo plásticamente? ¿Se reduce todo a ser un espejo de la realidad o debe llegarse a todo lo contrario, a especular con las formas?
El horizonte que dibuja este desierto de luz hay que vivirlo en silencio, dejarlo que poco a poco irrumpa en la mirada para percibir con claridad sus significados. No hay normas ni patrones para sentir Los Monegros. Su mejor representación nace del silencio. Al sentirlo como territorio interior, Los Monegros, se transforman en un espacio de sentimiento: sin moverse por él, avanzas por un inusual color nuevo y mágico en la retina difícil de hallar en la paleta.
Quizás en medio de ocres, sienas, blancos y verdes con sus múltiples matices, uno anhela poder representar con sólo un pincel abrupto y seco y con una sola pincelada el instante de la mirada. ¡De un golpe! ¡El pincel erguido como signo de admiración a la luz!
Pero la mirada atenta también confunde. La mirada se transforma en visión al descubrir en las formas de la tierra su revés, igual que con el negativo de un molde, la luz juega con los ojos y el paisaje se reinventa: los llanos se hacen mar, las ripas en suaves acantilados y las glebas en olas. ¿No será acaso qué esta comarca guarda en su memoria geológica el caudal de ese lago interior que a finales del Mioceno encontró salida hacia el Mediterráneo y que al vaciarse dió forma lentamente a su relieve?
Los residuos de color se depositan también lentamente en la retina como heridas que no sangran. Observarlos latir en la memoria y respirarlos en la quietud nos cambia, pues los sientes como huellas llenas de misterio pero auténticos. Desde ese vacío interior llegas al vacío del papel.
Estas acuarelas nacieron en el año 2004 recorriendo un pequeño triángulo de esta comarca cuyos vértices son Candasnos, Ontiñena y Ballobar. En estas tierras de horizontes inmóviles, la luz se deja tocar y en las manos se convierte en rocío de color.
Me conmueven no solo las imagenes tortuosas de desgarro ,de tierra torturada,agreste, viva en su inmensidad ,abrasada o gelida de inclemencias, con esa luminosidad ciclopea que tus pinceles saben arrebatar….sino tambien la reflexion ,meditada en la intemperie , bajo los cielos de un azul indefinible, que tu texto recoge.
Un beso
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