Al visitar el museo Oteiza situado en Alzuza (Navarra), a unos nueve kilómetros de la hermosa ciudad de Pamplona, descubres que tanto su interior como el exterior sobrecogen. En realidad el museo no es más que un cubo de hormigón diseñado por Sáenz de Oiza para albergar la variada obra del escultor, pensador y poeta Jorge Oteiza: esculturas, laboratorio y biblioteca. Acercarse, percibir y penetrar su obra y sus textos es sentirse ante un creador inclasificable, enormemente didáctico y pedagógico. Qué pensar de quien manifestaba: El sitio de la estatua queda definido por su desocupación. Conclusión por la que dejó de esculpir. El proceso del arte que en un principio había ido de la nada al objeto, en su quehacer, con la memoria en el futuro que él formulaba, iría del objeto a la nada. Oteiza planteaba una ecuación de equilibrio, traspasar el desasosiego y desazón del vivir, e instalarse en lo absoluto: sentir en el espacio que ocupa todo hombre la constante e inmóvil actividad de un vacío que transparente el propio vacío del alma.
Leo uno de sus poemas titulado Siquiera esta tarde que Tú existieras perteneciente a su libro de poesía reunida editado por la fundación del museo y lo señalo como uno de mis preferidos:
Siquiera esta tarde que Tú existieras
Hay una claridad del día que suele quedar en la noche
y de pronto esa misma claridad pertenece al nuevo día
nacerán sonidos muy débiles que se irán acercándose
creciendo unos pájaros dentro de otros
luego unos perros muy lejanos
me hace la lluvia ciego de agua pongo mi rostro
es que el cielo parece que a veces nos llama
se enfada nos golpea nos abraza
no hay fiesta como la lluvia anuncia a Dios
ángel circular ángel del pozo de lluvia
toda mi vida yo humano vago áptero volátil
esta tarde toda de verano
dueño de tantos signos que no entiendo
a la sombra recostado en ese árbol
junto a cuántas personas he vivido?
relucía su negro casco
a dónde iría sin rumbo se diría
remaba el coleóptero
subía y bajaba en la cresta de la hierba
a mi mundo de sombra se acercaba
instantáneo el cuello ínfimo final de un pájaro subía
ovación de flores con el viento
cruzan lo verde aplauden blancas mariposas
en su muelle de sol lagartijas de piedra
también una mosca sale de la sombra
furor inútil no se entera de nada
otro negro coleóptero de argonautas que rema
veo a Ulises atado al mástil
serruchos de cigarras cantan
música de élitros sale de agujeros
en trampas de verduras
arrancados de su terrestre sueño
de niño huyendo para ser feliz
escondido aquí en mi ermita de sombra mi árbol prohibido
aquí estoy me acosté de niño sigo aquí
oh Dios siquiera esta tarde que Tú existieras
ya para siempre es suficiente un día
Oteiza se halla en un espacio de luz y sombra, a los pies de un árbol que fue refugio de su niñez, árbol que retiene en su ramaje el tiempo y lo transforma en instante. En ese lugar palpa con su mirada un mundo nuevo en los instantes de inocencia recobrada. Nos describe un entorno extraño, vivo y algo terrorífico, todo como si sucediera por primera vez. En su fluir poético, las palabras crean en su espacio vital interior lo que ese instante ve y ordena: pájaros, flores, lluvia, moscas, sombras élitros…En sus manos de poeta se modelan como deslumbramiento. Oteiza en estos versículos sin rima ni métrica, socava a su lector, extrae lo sobrante y lo ubica en el vacío. La conciencia del lector espoleada percibe ese instante rodeado de distintas de formas de vida, señales y preguntas que le hacen sentirse dueño de signos que no entiende.
Sus espacios verbales ofrecen una mirada auroral, una emoción en la contemplación del mundo. Salva en este poema lo que él muy bien sabía; en su libro Quousque Tandem…! leemos: sólo en el desequilibrio entre espíritu y naturaleza hay sentimiento trágico, esto es, metafísica angustia existencencial.
Cada elemento, que con su palabra vivifica, descubre posiblemente algún repliegue interior en la mirada del poeta, se acercan a su mundo de sombra como afirma en el poema.
La realidad así descrita se identifica con otra realidad que la transciende: de niño huyendo para ser feliz/ escondido aquí en mi ermita de sombra mi árbol prohibido/ aquí estoy me acosté de niño sigo aquí. Estos versos arrastran la sensación de estar asistiendo desde un presente cotidiano a la elaboración, paso a paso, de un instante de clarividencia: hay una claridad del día que suele quedar en la noche/ y de pronto esa misma claridad pertenece al nuevo día.
Desde la condición de hombre, de humano vago, que padece, sufre y acierta llegamos al sentimiento de plenitud y redondez (ángel circular). Cierra el poema el verso que contiene su título: siquiera esta tarde que Tú existieras, en donde articula el nombre de Dios tan demandado, ausente y presente en su poesía. Ese Tú con mayúsculas no significa otra cosa para Jorge Oteiza que afán de revelación creadora.
La acuarela que ilustra el artículo y sus detalles es del 2015. Papel Schoellershammer 73 x 102 cm.
Estimado Pascual;
Enhorabuena por el post y por las reflexiones sobre Oteiza su pensamiento y su obra, que han germinado de modo hermoso en este blog.
Un abrazo desde el Museo Oteiza.
Juan Pablo Huércanos
subdirector
museooteiza.org
Gracias Pascual
Siempre os invitas a ir un poco más allá.
Un abrazo.
Eugenio
Compartir en