Atraído por algunos poetas centro americanos encontré un libro con una clarificante selección de estos. Una poeta presente en esta antología me ha emocionado y conmovido. La desconocía y, antes de interesarme por su biografía, libros e historia, me entregué leyéndola.
La pureza y condensación de sus poemas se entrecruzaban como pasos perdidos en la calle y su lectura incita a encontrarlos , percibir como se transforman en asombro y sorpresa nutriendo mis ojos.
La emoción se engrandece al sentir que sus versos transfieren imágenes que en el fondo todos sentimos como conocidas y propias. Nuestros pliegues de la memoria guardan misterios que una lectura atenta desvela.
Isabel de los Ángeles Ruano nació en 1945 en Guatemala. Se graduó de maestra de educación primaria en 1964. Escritora, poeta, periodista y docente le concedieron en el año 2001 el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. En 1966 viajó por su cuenta a Mexico donde publicó su primer poemario, Cariátides. El prologo de este libro lo escribió el poeta español León Felipe con palabras premonitorias: Eres un niño, un ángel, un poeta. Tienes un destino. Y has venido a decir algo.
Afectada desde hace dos décadas por una enfermedad mental, recorre a pie las calles del centro histórico de Guatemala arrastrando la extraña carga de libros, lapiceros, colonias…para vivir de la venta ambulante. Entre el arsenal tan ecléctico de enseres ofrece lo más valioso: su poesía.
Actualmente, si visitamos Guatemala, la podríamos encontrar vestida de hombre caminando entre la razón y el lado más oscuro por la calle 11, cuarta avenida de la zona 1 de la capital. Vive en la colonia Justo Rufino Barrios en una casa sin luz ni agua. Poeta errante; con ella deambulan las palabras siguiéndola como estelas de un cometa.
En su primer libro escrito a los 21 años, Cariátides, anuncia el viaje de las palabras:
Mis palabras son alas blancas,
alas, de espuma o nube,
alas como la espuma, tejido de espacios vacíos y paredes sutiles. Venus nació de la espuma. Alas que más que iniciar un recorrido de distancia, se repliegan con brusquedad en la reflexión, la emoción deja paso a la clarividencia:
¡Cómo intentan mis alas batir el vuelo!
¿Cómo estoy en la tierra con mis alas a cuesta?
¡Cómo estoy en el viento sin volar con mis alas!
Las palabras en Isabel de los Ángeles son como designios incrustados en su nombre, palabras a veces tamizadas de dolor:
Si no se por qué me han endosado
la palabra, no la pedí yo,
ya me la dieron
al nacer,
y eso basta.
palabras que le acompañan en su voz, siempre cantando y arrastrándolas fisicamente en su mochila de ambulante para ofrecerlas. En su libro Cariátides vuelan literalmente en un espacio de belleza densa y espiritual:
Los del viento,
los que llevamos nuestra vida
más atada a los cielos que a la tierra
y que vamos cantando, desde siempre cantando…
Estos cuatro versos últimos del poema Los del viento son el epílogo de su comienzo:
Nosotros los del viento,
los que llevamos versos incrustados
al centro del timón de nuestra sangre.
La joven Isabel de los Ángeles en este poema de 21 versos profundiza en el hueco que se abre entre ella y el acontecimiento. La inspiración la lleva de la mano y cuando parece evaporarse recurre a la ágil reflexión:
Sí, los que llevamos el destino broquelado
más allá del color de nuestro sexo,
más allá de las voces de la herencia,
más allá del dolor de nuestro grito.
Porque también el dolor ayuda a comprender la existencia sensible. El dolor lo percibimos íntimo sin verlo; abre la sensibilidad a lo invisible, al más allá del dolor de nuestro grito.
Pero la poeta al sentirse dolorida permite un desdoblamiento y admite exteriorizarse, ser otro para sí:
Sí, iremos cantando, cantando,
como si germinaran las palabras
y no fuera prestado nuestro aliento;
como si en verdad la luz nos recubriera
y no tocara la muerte a nuestra puerta.
Al concederle el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, el consejo asesor confirmó: Solo en ella existe una insondable y heroica cohesión entre vida y obra. Su compañera de estudios y también poeta, Delia Quiñónez, ha dado testimonio de su amistad, vida y vocación literaria. A su vez, Gerardo Guinea, Premio Nacional de Literatura en 2009 afirma que Isabel es sin duda la gran poeta del siglo XX guatelmateco.
En 1967 retomó su faceta de periodista iniciada en 1965 en el Diario de Centro América. Colaboró en La hora, El Gráfico y El Imparcial. En 1978 concluyó sus estudios universitarios en Lengua y Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Según su amiga Delia en esos años afloró la enfermedad mental e inició su faceta errante:
Mendigaré
a través de las increíbles ciudades de otoño.
Mendigaré la sal, el agua
y el día venidero.
Poeta errante que sabe condensar en los poemas realidades y visiones distintas y simultáneas. El poema continúa:
Mendigaré no importa
porque ahora que provengo de territorios olvidados
puedo decir con verdad a mis hermanos
me cortaron la lengua y me pusieron marcas al rojo vivo
pero en nombre de ustedes yo sufrí en el silencio.
Mendigaré en los parques la luz y los colores
mendigaré la risa de los niños
y el sobresalto y el júbilo de tu corazón.
Y esta tarde en que el llanto entrecruza mi pecho
sólo puedo decirles en nombre de mis versos
mendigaré, mendigaré para dejar regada la canción
y hacer que mis palabras sean un arco iris de mi ser ante ustedes.
Sus poemas líricos, tensos y bellos toman forma dramática al transformarse ella misma en personaje del poema, la palabra dulce y trágica es su don y su ofrecimiento:
La casa no tiene paredes
ni puertas,
pero es mi casa,
como mi caballo sin cascos
mi caballo sin silla,
como mis sueños agrestes
y la palabra al aire, volandera,
como esta garganta de nardos,
mi garganta.
Me monto sobre el alba
y descuartizo a las rosas de la nada.
Mi rosa no tiene pétalos,
sólo espinas
pero es mi rosa.
Mi palabra es áspera
y montaraz
yo no tengo requiebros para nadie,
puedo regocijarme con las rosas
monto mis sueños y mi caballo.
Vivo en mi casa
y hablo con mi palabra.
Esta poeta de cicatrices invisibles en la memoria, de vuelos de lenguaje, labios abiertos y versos de carmín y sangre, de alas que vibran por oscuros márgenes, despierta admiración porque manifiesta una fértil lucidez y al leerla descubres el verdadero sentido de la belleza efímera, y lo más relevante, vive y siente sin perseguir la fama.
He seleccionado un poema de Isabel de los Ángeles Ruano para ilustrarlo con ocasión de la exposición de la Asociación de Acuarelistas de Teruel pintando una acuarela en directo. El Poema se titula Mis manos:
Estas manos mías conocen la ascensión suprema
y la más burda ignominia.
Son como dos relámpagos audaces
o como dos humildes golondrinas cautivas.
Se entrecruzan en una plegaria o aman
con santidad o con delirio
y se asustan del fuego
y chocan contra un rostro.
Estas manos mías saben mentir
y son urgentes. Me han dado la pasión sublime
y la ternura de un ángel de luz.
Tienen reminiscencias de ala desteñida
Y saben de los surcos del vuelo.
Conocen todas las fiebres.
El mejor comentario a este poema es una imagen.
Por ser una poeta no publicada en España, sólo en antologías, concluyo este texto con un poema incluido en el libro Muros perdidos escrito en 2012. El poema no necesita ningún comentario:
Penetré en las regiones prohibidas
y vi cierto lo contradictorio,
luz y sombras se fundían
y eran una.
Estoy en el umbral donde todo gira
y es de otra manera.
Penetro en las extrañas plataformas
en donde el yo se tritura entre si mismo
y emerge de nuevo
trepidante y obscuro.
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