El árbol es un símbolo esencial que permanece en el tiempo. En el sentido más amplio el árbol por su crecimiento y proliferación deviene a representar la vida en sí. Una pequeña semilla se transforma en un gigante abierto a la luz. Al árbol le conferimos cualidades de vida inagotable y, ya sean de hoja perenne o caduca, los percibimos como un claro y continuo sentido de la existencia.
El simbolismo derivado de su forma vertical transforma ese sentido vital en eje que transporta la vida subterránea hasta el cielo.
Atraído por el arte románico, esta serie de árboles del paraíso pintados en los años 1999 y 2000, imitan el gusto de esa época por los entrelazamientos, lazos y frondas de muchos de sus capiteles, así como las ornamentaciones desarrolladas en las letras iniciales de sus libros e incunables. La marcada diferencia de raíces, troncos y copas, se me ofrecieron como juegos de manipulación y retorcimientos para provocar extrañeza y confusión en el proceso de percepción.
Al pintar esta serie intenté impulsar un sentido de desasosiego en la mirada y un extravío en la perspectiva.
Paisajes creíbles y a su vez no creíbles.
También pensar e imaginar mi cuerpo como un árbol. Los brazos como ramas con un vacío sin fin entre los dedos.
Estas complicadas formas que se trenzan, giran y ocultan en el espacio llenas de color, trenzan también la alegría del movimiento de sus hojas y el sentimiento de vida bajo su sombra. Igual que un hortelano, el pintor descubre que para poder pintar un árbol es necesario realizar alguna poda y tener bien claro que crece por la guía y no por las ramas. El árbol y el pintor buscan la luz.
Ningún árbol es igual todos son irrepetibles. La vida está resumida en sus hojas. También las personas son irrepetibles y su vida está resumida en sus manos. Nadie es más que nadie, todo contiene la belleza: las flores y las palabras. Pero el árbol que es cada hombre, sus heridas y felicidad, no sólo se hallan en sus frutos, los encontramos en la gran diversidad de matices que riegan la existencia.
Sólo el hombre nace distanciado de su entorno y este alejamiento le permite sentir y dar diferentes respuestas a sus emociones y crear una unidad con la realidad circundante. Así estos árboles del paraíso de perspectivas tan extrañas nacieron como un juego con formas caprichosas tras la búsqueda de imágenes especulares. Nacieron por una apremiante necesidad de diálogo conmigo mismo, el paisaje y el árbol.
Los formatos de los óleos son: 114 x 146 cm, y 130 x 195 cm.
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